4 de diciembre de 2011

Capítulo 1: Niebla

Odiaba ver el papel cuadriculado en blanco mientras el bolígrafo daba vueltas con agilidad entre sus dedos. No se le ocurría nada para la redacción que tenía que entregar esa misma mañana. Siempre a prisa y corriendo. Nunca cambiaré. La chica de la cafetería la miraba de vez en cuando con curiosidad involuntaria mientras limpiaba las mesas y la barra, pero ella no pretendía mostrar que se daba cuenta. Aunque la realidad fuera que la estaba poniendo enferma, disimular y pasar desapercibida era su especialidad. Apartó la mirada de la libreta y contuvo su rabia mirando a través de la ventana. Nunca le había costado escribir, de hecho, lo hacía a menudo. Normalmente canciones que luego acompañaba a la guitarra pero que no consideraba gran cosa, si no que hacía por puro hobbie y para alejar de su mente aquello que no quería recordar, algo aparentemente fácil pero que no lo era en absoluto.

El timbre sonó y la hoja seguía en blanco. Todavía le quedaba una hora para pensar, añadiendo el descanso, una hora y media. Cerró la libreta escondiéndola dentro de su mochila. Las chicas no tardarían en llegar a la mesa y abordar con sus comentarios sobre todo tipo de temas, que a ella, muchas de las veces le eran indiferentes e incluso le llegaban a parecer demasiado infantiles o tontos. No tardó en saltar el tema de la redacción que provocó un ir y venir de afirmaciones atropelladas en milésimas de segundo. El mismo que había incitado varios debates a lo largo de la semana. Por lo menos ellas la han hecho. Era un tema demasiado fácil, demasiado recurrido, demasiado utilizado a lo largo de los años que parecía absurdo tratar sobre él. Sólo existían aquellos que lo defendían y aquellos que, con los años, habían perdido la ilusión. Tan sólo era un sentimiento, no podía ser tan difícil escribir sobre él, lo había hecho muchas veces, sin embargo desde otro punto de vista completamente diferente al que se pedía para la redacción. No servía para aquello, sin duda alguna no había nacido para compartir su mundo o al menos no desde su perspectiva. Las chicas volvieron a irse pasada la media hora y ella volvió a quedarse sola en la cafetería con la mirada punzante de la camarera. Cogió sus cosas y se largó. Necesitaba respirar, necesitaba poder pensar con claridad. Ni siquiera pronunció un hasta luego o un adiós, sencillamente avanzó por los pasillos cabizbaja sin que nadie reparase en ella. Había comenzado el otoño un mes atrás y empezaba a hacer frío de verdad. Un golpe de viento helado le congelo el rostro al abrir la puerta que daba al exterior. Buscó en su bolso la cajetilla de tabaco y sacó un cigarrillo que agarraron de inmediato unos labios temblorosos por la brisa blanca. Lo encendió dándole a su vez una calada. El humo se introdujo en sus pulmones y segundos después era expulsado por la nariz. Empezó a apreciar el veneno recorriendo su sangre y comenzó a sentirse mejor. Caminó hasta el paseo de la playa que estaba a unos doscientos metros de distancia y bajó hasta la arena. Era una locura caminar descalza pero ya no había nada que pudiera perder. Se sentó con las piernas cruzadas a pocos metros de donde llegaba el agua y sacó la libreta. Empezó escribiendo frases sueltas, sin mucho sentido al principio que luego pudo ordenar hasta completar la dichosa redacción. Incluso se sobrepasó en el límite, cuatro hojas. Logró escribir cinco. Espero que sirva.
Detrás de ella, entre la espesa niebla que se había aproximado sigilosa, volvía a silbar la sirena. Se levantó sin prisa, guardó las cosas y caminó tranquila.

Los nudillos golpearon la puerta.
- ¿Puedo pasar?
- Llegas tarde. – replicó Rocío, su profesora de lengua.
- Lo siento. – respondió mientras cerraba la puerta y se dirigía a su mesa.

Dejó la redacción sobre la mesa, escrita con esa letra que tanto la caracterizaba y que tanto gustaba a los demás. Se sentó en su sitio dejando que el tiempo pasase. Inmediatamente después de la clase se va a casa. Necesitaba darse una ducha de urgencia, el sudor le caía por la frente frío, y temblaba. De camino, saca otro cigarrillo, supongo que es lo bueno de tener que caminar un kilómetro hasta llegar a casa, que puedo fumar. Por más rápido que caminaba el ritmo no la hacía entrar en calor, lo único que lo hacía, y a duras penas, era el humo del tabaco, entrando y saliendo constantemente de su cuerpo.

Llegó a casa sin aliento, más fatigada de lo normal, debería dejar de fumar. Llenó la bañera de agua caliente, se puso música (Christina Perri – A thousand years) y pulsó el botón “reproducir canción actual”, parecía irónico que estuviese escuchando esa canción, sobre todo por lo que decía la letra. Absurdo. Se desnudó y se metió dentro. El agua estaba casi hirviendo pero con el frío que la castigaba parecía estar templada. Cerró los ojos, cogió aire y sin pensarlo se sumergió por completo bajo el agua. 10 segundos. 20 segundos. 30 segundos. 40 segundos, el aire comenzaba a faltarle, tenía los pulmones prácticamente vacíos. 50 segundos. 55 segundos, tengo que aguantar un poco más, sólo un poco más… 60 segundos…

1 comentario: