11 de marzo de 2012

Capítulo 13: Los vengadores.

Salió del comedor despacio. No sabía a dónde se dirigía. Aún estaba algo aturdida, pero quería salir afuera y respirar aire limpio. Quería ver a su padre, darle un beso. Hablar con Marcos e Iris.

-¡¡¡¡¡JANE!!!!!

El gritó, que venía de sus espaldas, hizo que el café se le escurriese de las manos e impactase con el suelo desparramando todo el líquido tras el golpe.

-Por el amor de Dios, ¿qué haces aquí abajo? Deberías de estar en la cama.
-¿Iris?
-Cielo, deja que te acompañe. Debes descansar un poco más hasta poder levantarte de nuevo.
-Pero me encuentro bien. Quiero ir a ver a mi padre.
-Cariño, eso lo harás después. Ahora necesito que vayas a la habitación y descanses un poco más. Del resto hablaremos luego.
-Pero…
-Shhh

La cogió del brazo y la acompañó hasta la habitación. La metió en la cama, como si de una niña pequeña se tratase. Se quedó con ella hasta que volvió a quedarse dormida.

Se sentía inútil. ¿Por qué no la dejaban hacer nada?

Iris bajó de nuevo a las cocinas.

-¿Pero tú estás loco? Viene como si nada hasta aquí abajo y tú le das un café. ¿No se te ocurrió llamar?
-Señora, yo, lo siento…
-Lo que acabas de hacer es muy grave Víctor. No entiendo como has podido quedarte tan tranquilo sabiendo todo lo que ha ocurrido.
-No sabía que… Pensaba que llevaba días despierta
-¿Te enteras de algo alguna vez? – Iris resopló ofendida. Aquello era el colmo. – Quedas suspendido de empleo y sueldo. Hasta nueva orden te quedarás en tu habitación. Medita, entrénate, haz lo que te de la gana, pero no salgas de allí. ¿Eso lo has entendido?
-Sí, sí que lo he…
-Pues venga.

Iris no podía calmarse. Aquello no dejaba de sorprenderla. No quería que a Jane le pasase lo mismo que ha su padre. Aún era todo muy reciente y por cualquier cosa que pasase a su alrededor, grave o no tan grave, Iris se alteraba de manera descomunal y desproporcionada.

Jane abrió los ojos unas horas después. Estaba atardeciendo. Los cables y monitores habían desaparecido. Ahora tan sólo había una pequeña bandeja y sobre ella un pequeño libro de aspecto antiguo.
No se molestó en quitar la tapa y ver que debajo estaría su comida. Se limitó al libro. Sin duda, había llamado mucho más su atención.

-Los vengadores. – leyó en voz alta el título - sin duda llamativo.

Pasó las primeras hojas de color amarillento y algo roídas por el paso del tiempo. Encontró una pequeña dedicatoria escrita con una letra preciosa e impoluta.

“Para mi pequeña, sin duda lo más bonito que me ha pasado en la vida. Si tienes este libro entre las manos significa que estás preparada para leerlo. Estás lista para poder descubrir la verdad. Esa que tanto mereces saber, pero que nunca llegué a atreverme contar. Descifra cada palabra, cada letra.
Llevamos mucho tiempo esperándote, siglos enteros, casi milenios, pero ya estás aquí. Sabrás hacerlo, estoy seguro. Sabrás desenvolverte como ningún otro.
Nunca tengas dudas, nunca titubees, siempre harás las cosas bien.
Te quiere, hasta donde los ojos no alcanzan a ver,
tu padre, William.”

Enjugó las lágrimas que rodaban ahora por sus mejillas. Aminoraban su agitación, la hacían sentir libre. Acunó el libro entre sus brazos, como si de su padre se tratase, mientras miraba el ocaso por la ventana. Cuando éste llegó a su fin, volvió a la cama, encendió la pequeña luz más próxima a ella y comenzó a leer:

“Caminaba sobre la fría nieve. Sigilosos, sus pies avanzaban a paso rápido, dejando tras de sí una huella firme. Sus cabellos finos de oro blanco hacían remolinos en su espalda y bailaban con el viento su melodía helada. La sangre azul recorría con prisa y fuerza sus venas. Y su corazón la bombeaba de forma obsesiva. Su plan funcionaría a la perfección, no habría ningún fallo, no había ningún tipo de margen que diera lugar a error. Nunca se había considerado violenta, jamás, por lo que no veía como una de sus posibilidades matar a quienes exterminaron a su especie  y acabaron con su compañero. Dialo, bello ángel de rasgos celestiales, cabellos caoba, largos y rizados, ojos verdes e infinitos, cuerpo fuerte, que siempre la había protegido contra el mal.  Y sus alas, plateadas como ningún ángel había tenido antes. Por eso había decidido como última y única opción envenenar a la especie vampírica, procreando con algunas de sus criaturas, tal que de la forzada unión de ambos seres naciese una criatura increíble. Una nueva especie, asombrosamente poderosa.

Se cebaría con los vampiros menos experimentados, los más jóvenes, los más recientes. Ellos serían incapaces de resistirse a ella, serían incapaces de matarla, y en todo caso, harían lo que ella pidiese. Había tres en ese bosque, pero solo uno sería el elegido. Podía sentir su presencia a varios kilómetros a la redonda. Era realmente fresca y nueva, muy nueva. La sed hervía por sus venas, provocando convulsiones de necesidad en su interior. Se olía la desesperación por un poco de alimento. Sus alas estaban a cubierto. Era cierto que sobrevolando la zona sería más sencillo alcanzarles, pero prefería ir a pie, algo que era sin duda más discreto. Ya tenía a uno de ellos. El descontrol se podía leer perfectamente en sus ojos, también el miedo. La había visto. Aquella criatura debía de tener alrededor de quince años humanos. Llevaba el pelo muy corto, de color rubio platino. Ojos rojos, poderosos y hambrientos, de rasgos finos y europeos. Era delgado, como un espárrago, y si aun no estuviese en desarrollo, su altura hubiese sido mayor. Claro que ya no avanzaría más. Sería siempre así. ¿Quién lo condenaría?, se preguntó. Pero eso a ella no tenía que importarle.

-¡Qué hombrecito tan guapo! - le dijo con sincera dulzura. - No quiero hacerte daño, al contrario. Cesaré tu sed a cambio de algo.
-¿A cambio de qué? - respondió con desesperación en la voz. No le importaba lo que pidiese, se lo daría sin rechistar. Estaba realmente necesitado. Y ella lo sabía.
-Mi sangre es mucho más dulce que la de un humano, incluso que la vuestra. Por eso acabasteis con mi especie. - le reprochó al joven. - Pero como te he dicho, no te haré daño.
-¿Qué es lo que tengo...?

Oraleia no dejó tiempo para respuestas, y tampoco para preguntas. Se acercó a él con extremada sensualidad, bloqueando todos sus sentidos, bloqueando todas las armas que en un tiempo futuro hubiese podido utilizar en su contra, para acabar con ella, y matarla. Pero en ese momento era totalmente incapaz. Rozó con delicadeza su rostro, y le dio un ligero beso en los labios. Puro, sincero, pero vengativo. Lentamente fue desabrochando su camisa, color azul marino, y desabrochando su ajustado pantalón, hasta finalmente devorarlo.

-Te dije que no haría daño. - le recordó. - Yo también tengo ciertas necesidades, y más desde que estoy sola.
-Mi parte. - recalcó mientras le miraba algo turbado por lo que acababa de suceder.
-Lo sé pequeño, lo sé. Aún no he olvidado tu parte.

Se arrancó una pluma blanca de belleza infinita, y con la punta, rasgó su blanca piel hasta que está comenzó a llorar lágrimas azules. El chico no pudo resistir tal tentación. Sin duda ella tenía toda la razón, su sangre era aun más deliciosa que la de cualquier humano, que la de ellos mismos; y comenzó a comprender el porqué de que sus ancestros acabasen con ellos. La energía emanaba de ella tallada con zafiros. Sus ojos brillaban de placer. Era el mejor licor que sus labios jamás habían probado. Extraordinario. Tras algunos minutos ella alejó su boca de su brazo y le miró con intensidad.

-No puede ser. – murmuró.

1 comentario:

  1. No sé qué decir.... es realmente impresionante.
    Me guardo mis palabras y te las cedo para que sigas escribiendo y no pares. NUNCA.

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