4 de marzo de 2012

Capítulo 12: Reposo absoluto.

Todo estaba oscuro, solamente podía guiar sus pasos mediante el tacto torpe de sus dedos. Apenas podía respirar, intentaba correr, escapar de aquel bucle de polvo que la envolvía, pero tropezaba una y otra vez. 


No oía más que llantos, gritos apagados en una noche terrorífica.

Oía gritar su nombre a kilómetros de distancia. Parecía que no llegaría nunca a un lugar libre de tinieblas.

Tropezó de nuevo, esta vez precipitándose al suelo. Las rodillas se le clavaron en su superficie, el rostro impactó con un golpe sordo sobre las baldosas de mármol frío. Inconscientemente la golpeaban, la empujaban y arrastraban sin cesar. No sabía ni a donde ni porqué, pero no la soltaban. Le hacían daño. 
Tenía magulladuras por todos los rincones de su cuerpo. Cualquier movimiento la hacía llorar del dolor. No podía moverse, ya no sentía nada.

Logró abrir de nuevo los ojos. De nuevo sombras, y todo cubierto por el maldito polvo.

-¿Papá?

Nadie contestó.

-¿Hay alguien aquí? ¿Alguien puede decirme donde estoy? Por favor… - dijo entre sollozos.

El silencio respondió de nuevo.

Las lágrimas le caían a raudales por las mejillas, no dejaba de moverse, de enroscarse sobre sí misma intentando escapar de aquello que la reprimía.

-Jane, ¡jane despierta!

Agitada, Jane se dio de bruces con la verdadera realidad. Tenía las sábanas enrolladas por todo el cuerpo, las mejillas húmedas y aún agarraba con fuerza la almohada. Tenía los dedos casi entumecidos de tanto apretar.

-Ha sido un sueño. Ya estás a salvo. Puedes estar tranquila.
-¿Dónde estamos? ¿Qué ha... ocurrido?
-No te preocupes por eso ahora. Tan sólo trata de descansar un poco más. Luego te traeré algo de comer y hablaremos de todo con calma.

Marcos se acercó a ella y la besó en la frente.

-Duerme pequeña.

Desapareció tras la puerta blanca de aquella pequeña habitación sin apenas hacer ruido.
¿Dormir? Como si eso fuese posible después de esta pesadilla…

Esperó unos segundos por si se había quedado tras la puerta. Miró a su alrededor. Todo eran cables que terminaban bajo su piel. Algunos monitores cerca de su cabeza no dejaban de emitir un chirriante y agobiante  pitido. Aquello parecía la habitación de un hospital.

No acababa de entender muy bien el porqué de tantos cables y tanta observación, pero no lo soportaba. Se sentía algo débil, pero descansada. Era una sensación demasiado extraña como para poder intentar explicarla con palabras. Intentó levantarse de la cama pero los cables le impidieron todo movimiento. Se sentía acorralada, quería acercarse a la ventana, intentar despejarse de todo aquello. Se sentía bien.

Vio cerca de los monitores los enchufes a los que estos estaban conectados. Con cuidado los desconectó. A continuación se deshizo de los cables y agujas que tenía por las muñecas y brazos. Por fin consiguió levantarse de la cama. Dirigió sus pies hasta la ventana. Lo que vio la dejó sin palabras. Todo acababa de perder sentido.

Era un lugar impresionante, clavado en medio de las montañas. El sol brillaba en lo alto y su luz hacía aún más hermosos todos los colores de la naturaleza. Vio a Marcos fuera hablando con personas de estricto uniforme. Había mucha más gente, no paraban ni un segundo, iban de un lado para otro sin tiempo para pausas. Algunos parecían entrenar algún tipo de arte marcial, otros algo así como métodos de relajación… ¿Qué era todo aquello? A simple vista todo indicaba que se trataba de una pequeña comunidad pero ¿quién la formaba? ¿Por qué su padre y ella estaban allí?

Echó un vistazo rápido a la habitación. La cama, un sillón pegado a ella, una mesita con un vaso de agua y su medicación, un pequeño armario y una puerta que conducía a un baño minúsculo. Encontró ropa limpia sobre el sillón. Se deshizo del camisón blanco y se puso una camiseta de tirantes lila que llevaba su nombre en la espalda, unos vaqueros cortos y unos playeros que estaban bajo el sillón.

Se lavó la cara, se agarró el pelo en una coleta, hizo la cama, colocó el camisón en el armario y tomó la medicación.

Se acercó a la puerta con algo de torpeza todavía y, con sigilo, fue bajando la manilla hasta poder abrirla un poco. Se encontraba en mitad de un enorme pasillo que irradiaba luz, había montones de puertas. No parecía haber nadie por lo que decidió salir. Sobre su puerta, en letras doradas podía leerse “278”.

Cuatro puertas más adelante, a mano derecha, encontró una sala con tres ascensores. En el medio había un cartel que indicaba la distribución por pisos de las estancias. Las habitaciones se encontraban en lo más alto, pisos 4, 5 y 6. La sala de reuniones en el 3, la biblioteca en el 2 y las cocinas y el comedor en el 1. En el -1 el laboratorio, y en el -2 las salas de entrenamiento. Llamó a uno y bajo hasta el primer piso, las cocinas.

Se encontró con una larga barra de varias secciones: desayuno, comida y cena. Dependiendo de casa sección los cubiertos y alimentos cambiaban.

No tenía ni idea de qué hora era pero sabiendo lo que quería se dirigió a la zona de desayunos.

-Un café por favor.
-¿Cómo lo quiere… descafeinado, solo, con leche, de máquina…?
-¿Capuchino?
-Capuchino entonces.
-¿Puede ser para llevar?
-Por supuesto.

Apenas tardó unos segundos, lo que tardó ella en echarle un vistazo rápido al comedor que había a sus espaldas. Amplio, limpio y escrupulosamente organizado. La voz del camarero la alejó de sus pensamientos, de todas aquellas preguntas incómodas y sin respuesta que se había preguntado una y otra vez tras su despertar.

-Su café.
-Lo siento…yo…es que
-No te preocupes, no tienes que pagar nada.
-¿Cómo?
-Tu padre se encargará de explicarte como funciona todo esto, las instalaciones. Pero no creo que le guste que estés fuera de la cama.

Apenas le escuchó, lo suficiente para saber un poco de qué le hablaba. Sólo se hacía una sola pregunta en ese momento.

-¿Qué día es hoy?
-Aquí el tiempo es objetivo, se nos escapa de las manos… -dijo eludiendo su pregunta.
-Por favor… - suplicó.
-No puedo… lo siento –dijo agachando la cabeza y dirigiéndose a la parte trasera de las cocinas.
-Gracias… por el café – casi gritó, aunque sabía que la segunda parte había quedado elevada en el aire.

¿Cómo qué el tiempo era relativo? ¿Por qué no podía decirle nada? ¿por qué era tan importante que estuviese en la cama? ¿Qué había pasado, cómo había terminado la cena?

Todo eran lagunas en la mente de Jane.

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