18 de diciembre de 2011

Capítulo 3: Noche de estrellas.

Una pared de cubos de cristal, con un considerable espacio como puerta, partía en dos mitades la buhardilla. En ese espacio había una mesa de estudio, con el ordenador, un escáner-impresora, dos botes de bolígrafos y lápices, y su correspondiente silla. Avanzando un poco más y sin ningún tipo de dificultad para pasar entre ambas separaciones, a la derecha había una cama de matrimonio con un nórdico negro, una alfombra en el lado visible de la cama y una mesita en el mismo lado, dado que la cama pegaba prácticamente con la pared. En el lado izquierdo, pareciendo una ilusión, estaba el baño, no muy amplío pero que incluso tenía bañera.
Allí era donde se encontraba ella en ese momento. Completamente a oscuras salvo por la luz del portátil y la que provenía de las dos ventanas del techo. Habiendo perdido por completo la noción del tiempo, se dio cuenta de que hacía rato que había oscurecido. Entonces las vio. Ahí estaban, como cada noche, se viesen o no, siempre estaban. Titilaban una vida que en realidad hacía años que se había apagado, parecía irónico que la luz llegase tan tarde a nosotros. Muchas de las estrellas del firmamento que ahora observaba ya no existían, pero desde aquel remoto lugar, desde aquella lejana bañera a miles de kilómetros a la velocidad de la luz, aún parecían existir. Resultaba triste pero hermoso a su vez. Sin embargo, había una que sabía no se apagaría nunca, aunque la luz hubiese muerto y no pudiera verse nunca más.
La luz interior nunca muere.
Y esa era la de su hermano, la que más brillaba, la que más intensidad desprendía.
Tú nunca te apagarás, pasen los años que pasen.
Se dio una ducha rápida mientras el agua desaparecía entre los dedos de sus pies, se puso el albornoz y bajó a la cocina. No tenía demasiada hambre, aún estaba revuelta. Cogió un limón y una naranja de la cesta de fruta que había sobre la mesa y se hizo un zumo. Esperaba que eso le sentase bien y pudiera descansar tranquila y sin demasiados sobresaltos. Pero una vez que se tumbó sobre la cama y las estrellas desaparecieron en un fondo negro, las pesadillas volvieron a hacerla gritar por el pánico mientras despertaba entre sudores fríos.

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