11 de diciembre de 2011

Capítulo 2: Sirenas y recuerdos.

Pensó que se ahogaría, pero entonces logró salir a la superficie y respiró profundamente, como si acabase de nacer. Respirar o morir.
Le encantaba estar en el agua, se sentía segura, se sentía libre. El agua la hacía olvidarse de todo. Y era entonces, mientras se daba algún baño, cuando llegaba a la conclusión de que odiaba tener que respirar. Detestaba tener que salir del fondo del mar en verano queriendo estar durante horas buceando sin necesidad de coger aire. Por eso quería aprender a bucear de verdad. Y por eso, seguramente, su película Disney favorita era La Sirenita. De pequeña no había un carnaval en el que no aprovechase para ser una sirena, aunque solo fuese por un día. Pensar en eso ahora le resultaba un tanto gracioso y la hacía sonreír con nostalgia y un atisbo de profunda tristeza. La inocencia de una niña no tendría que ser robada, debería estar prohibido.
El límite de repeticiones se había extinguido y saltó a la siguiente canción: Lucy Schwartz Ft. Aqualung – Cold. La tenue luz del portátil en el suelo con la oscuridad, la música que ahora sonaba y la silueta ensombrecida de su cuerpo desnudo en la bañera, le daba un toque romántico a la escena.
Volvió a coger aire una vez más para sentirse bien otra vez y olvidar las conclusiones a las que sus pensamientos acababan de llegar. La música se perdió nuevamente entre las burbujas y podía escucharla como si estuviese a kilómetros de distancia. Parecía que ahí abajo, a pocos centímetros de la superficie del agua que la separaba del oxígeno, estaba en otro mundo, la realidad era otra, la realidad se distorsionaba y desaparecía entre sus dedos.
Por un lado deseaba que fuese verano, en gran parte por el hecho de poder nadar en la playa (incluso a veces, furtivamente en alguna playa escondida y en la oscuridad de la noche, desnuda), pero por otro, adoraba el invierno. Le gustaba el frío, las bufandas, los guantes, los enormes abrigos que deformaban la figura del cuerpo, y las noches de película, manta y sofá. Hacía tiempo que no había noches de ese tipo, quizás por estar sola. Se mirase por donde se mirase, desgraciadamente, vivía sola. Al cumplir su hermano la mayoría de edad y poder hacerse hacer cargo de ella, su padre se fue de nuevo a Estados Unidos.  Hacía tiempo que le llamaban ofreciéndole un buen trabajo y aquel había sido el momento. Pero su hermano… su hermano ya no estaba.
Tenía muy buen gusto, él mismo había elegido el lugar y la casa donde vivirían, y era, sin duda, perfecta. Lo había diseñado todo, excepto la habitación de Jane a quien había permitido mostrar su expresividad. Y bueno, su habitación era ahora un gran estudio de música que Jane había levantado en su honor.
La casa tenía dos pisos y una buhardilla.
En el primero, pasando un pequeño vestíbulo y en frente, había un baño; a mano derecha se encontraba la cocina (muy amplia, con muebles de roble de color suave, cocina de gas, y una mesa central con varios cajones que estaba muy bien para cocinar. La encimera era de mármol oscuro). A la izquierda un gran salón con paredes de piedra, un sencillo mueble donde estaba la tele y alguna videoconsola y justo al lado haciendo esquina una chimenea; una mesa central rectangular de madera posada sobre una alfombra y un sofá color melocotón; la pared que le daba la espalda al conjunto estaba llena de fotografías (hechas por John) enmarcadas y debajo un mueble rectangular. Desde el salón se accedía a una terraza que a su vez llevaba a un precioso jardín con piscina.
En el segundo piso, subiendo unas escaleras, había una habitación de invitados formada por un mueble blanco impoluto en el que sobresalía una televisión de pantalla plana y vidrieras con montones de libros; un sillón (también blanco) y justo enfrente, pasando por una pared llena de ventanales que llegaban al suelo, una enorme cama con un nórdico de color azul y estrellas, las paredes eran de un azul celeste muy clarito, y la habitación tenía baño propio, algo pequeño pero detalladamente decorado. A mano derecha estaba el estudio de música (antigua habitación de John), que también tenía baño propio algo más grande que el de la habitación de invitados. Tenía una gran mesa con un ordenador fijo y varias repisas añadidas donde había montones de partituras cuidadosamente ordenadas; había un sofá de color negro, un sinfonier, y las paredes estaban cubiertas por pirámides que sobresalían de ellas (ya que era una habitación insonorizada), con un gran ventanal que daba a un pequeño balcón que miraba al jardín. La pared que separaba ambas habitaciones también estaba decorada con fotografías enmarcadas.
La buhardilla era la particular habitación de Jane. Una espectacular habitación a la que se llegaba por el último tramo de escaleras. Lo primero que se veía era un gran espacio con una alfombra morada, un piano de pared y un sinfonier con varios cuencos repletos de pétalos de flores disecadas. Abriendo el ángulo de visión hacia la derecha, había una televisión sobre un pequeño mueble y en frente, pasando por una mesa rectangular color perla y una repisa llena de libros a la izquierda, un sofá blanco. A su lado se erguían dos estanterías, ambas acomodadas al ángulo del techo, la primera de ellas llena de películas, y la segunda de música. Al otro lado del sofá había una lámpara plateada y justo al lado una cadena de música. Mirado desde esa perspectiva lo primero que se te pasaba por la cabeza era ¿Y la cama? ¿Acaso duerme en el sofá? Una vez entrado por completo en la habitación y echando un segundo vistazo, se encontraban las respuestas.

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